Los españoles empezábamos el mes de agosto con los datos facilitados por la Seguridad Social relativos al número de afiliaciones en el mes de Julio y de personas en situación de desempleo.
Como en otras ocasiones, la izquierda de las redes sociales sacó su artillería de comentarios que nada tienen que ver con la realidad. Me refiero a esas opiniones fracasadas del estilo “esto le molesta a la derecha” o “malas noticias para el PP”. Y sostengo que son opiniones fracasadas por cuanto es impensable que pueda haber ni un solo ciudadano, independientemente de las siglas con las que se sienta identificado, que no reciba con mucho gusto estos datos que repercuten en el beneficio colectivo de los españoles.
Estas fracasadas opiniones pueden tener su razón de ser en la fiereza, justificada, con la que usualmente la oposición cuestiona o critica las medidas del ejecutivo (para eso son oposición). No obstante, es claro que ningún líder político, portavoz o partido se puede ver decepcionado por estos datos.
No menos cierto es que hemos de tener en cuenta la estacionalidad propia de los meses de Julio y Agosto en España, aunque pese a ello los datos arrojados no han de pasar al estadio del desmerecimiento. Por otro lado, a día de hoy sigue habiendo trabajadores que no pueden acudir a sus puestos por encontrarse bajo ERTES a tiempo completo. Podemos, además, advertir que una de las peculiaridades del mercado laboral español implica que en momentos de recesión nuestro país sufre una caída más fuerte que el resto de países de nuestro entorno y que en momentos de recuperación nos recomponemos también con más fuerza. Sobre la base de estos datos y en mi opinión, el amago de recuperación económica es algo de lo que congratularnos como sociedad, aunque menos aceptable sería que la Ministra Yolanda Díaz o el señor Sánchez se cuelguen una medalla.
Toda mejora en los datos de empleo y de nuestra economía en general deben de ser acogidos con agrado, independientemente de su temporalidad
Esto es solo un pequeño paisaje de la vista general
Pero esto es solo un lado de la esfera, es sólo un pequeño paisaje de la vista general. Y es que esta rimbombante, desenfrenada y heroica celebración de la “mejora” del empleo responde a una cosa: camuflar o difuminar la nefasta gestión general de este Gobierno.
No podemos alegrarnos y dar la enhorabuena al ejecutivo por la concesión de los indultos a los presos independentistas. Es un ataque directo al Poder Judicial y significa tirar por la borda tantas horas de trabajo y esfuerzo del Tribunal Supremo que dictó sentencia tras un proceso con todas las garantías, como no podía ser de otra manera en un Estado de Derecho como el nuestro. Arrebatar las consecuencias del Ordenamiento Jurídico de los tribunales para situarla en la arbitrariedad del Consejo de Ministros es un escándalo y más cuando se trata de un asunto tan grave como es el conflicto catalán. No es digno de alegría que minutos después de la salida de la cárcel los presos independentistas afirmaran que su horizonte y sus empeños seguirán fijados en la independencia. Vergonzoso es que el señor Sánchez en 2019 se posicionase firmemente en contra de los indultos.
Tampoco es motivo de especial ilusión que la reputación internacional de España este herida de muerte tras el fracaso de los intentos de contacto con el Presidente de los Estados Unidos, la mala praxis de la ex ministra González Laya y la crisis con Marruecos, o el no reconocimiento por parte del Estado Español de la dictadura de Cuba.
No es especialmente ilusionante que el Ministro del Interior y el Presidente hayan acercado de manera desmesurada a los presos de la banda terrorista ETA al País Vasco, haciéndolo en nombre de la reconciliación pero con fines electorales y partidistas, es decir, mal llamada reconciliación. Aunque evidentemente los primeros signos de bochorno relucieron cuando el ejecutivo no tuvo ninguna duda en ser aupado y apoyado por los herederos de ETA que no han condenado la actividad terrorista de la organización.
No es alegre afrontar subidas en el precio de la luz estando en un Gobierno que alardea de no dejar a nadie atrás, no es alegre la irrisoria reforma de la Ley educativa, no es alegre que el Gobierno central carezca de liderazgo en la gestión de la pandemia y abandone a las Comunidades Autónomas a su suerte.
Claro que no nos hace ilusión que el Tribunal Constitucional haya declarado inconstitucional el primer Estado de Alarma, tampoco que el Gobierno hayan utilizado el BOE como su cortijo para poner al ex ministro Iglesias en el CNI, o el escándalo en la destitución del coronel Pérez de los Cobos. No es ilusionante que varios ministros hayan faltado al honor del Rey Felipe VI y la Monarquía Parlamentaria a la que debemos la democracia sin que el Jefe del Ejecutivo haya salido a defender al monarca.
No nos alegramos de un cambio de Gobierno que surge como anhelo de recuperar toda la credibilidad perdida durante estos dos años en los que los españoles hemos estado aguantando las mentiras del Presidente, las sandeces de la que fuera su Vicepresidenta Primera, los escándalos del señor Ábalos, del señor Marlaska, por no hablar de la inutilidad manifiesta de las carteras ministeriales (y su consiguiente gasto de fondos públicos) de los comunistas de Unidas Podemos.
En definitiva, para aquellos que aseguran que la derecha no comparte ni se contenta con los buenos datos de empleo deberán entender que todo aquello que suponga una mejora en la vida de los ciudadanos, como es el empleo, es una buena noticia. Pero claro que no nos alegramos del deterioro social, institucional y democrático que este ejecutivo está llevando a cabo. Es un daño muy grave, de consecuencias aún poco visibles pero irreversibles.
La poca credibilidad de la clase política en general, la desafección de la sociedad para con sus instituciones, la pérdida de sentimiento de unidad nacional, el tortuoso horizonte para emprendedores y jóvenes que sólo quieren un hogar propio y una familia... ¿Quién se alegra?