Unas pocas, las que pensaban que tenía algo que ver con un pedazo de terreno, también han averiguado que el país asiático no hace frontera con una colina para gatos jubilados en la peña Rueba del Moncayo. Si creen que exagero busquen el programa de Sobera en el que una feminista se fue a demostrar su bagaje intelecto-cartográfico a una cita con Jonathan, un antifa de Rivas Vaciamadrid al que su madre, anti trumpista, le había intercalado la hache en el nombre para que pareciera una estrella de la Super Bowl en lugar del máximo empinador de codo de la fiesta PCE 2021. Él le preguntó si había estado alguna vez en Extremadura y ella le dijo: “claro, Toledo es precioso”.
Revolucionarias en Twitter por la abolición del cargo de Reina de las Fiestas de Gata de Gorgos por cosificar a la mujer, y para lograr unas fiestas “inclusivas” e “igualitarias” y, a la vez, promotoras del hijab y el burka para “abrazar la diversidad". Mil veces más diligentes que los terroristas talibanes a la hora de cubrir a la mujer, y de destrozar su emancipación y orgullo sexual.
El feminismo ablanda la carne para el enemigo real
Intrépidas y avezadas contra feligreses rezando en una Iglesia porque el catolicismo delineó los roles de género de la post-dictadura, o no se qué, pero impávidas y cenando con Jonathans cuando las madres afganas lanzan a sus bebés por el muro del aeropuerto militar de Kabul. “Seguro que es un montaje propagandístico del imperialista neo-capitalista yanqui”. El feminismo ablanda la carne para el enemigo real que está tocando a la puerta en Valencia, o en Ceuta, o en Palma, por donde entró Muhammad Hammali , el argelino buscado por asesinar con un kaláshnikov y por pertenencia a la organización terrorista Rachad, aunque las feministas crean que es de justicia porque el Levante o las islas, o la ciudad autónoma del estrecho de Gibraltar, son regiones africanas hurtadas por el colonizador hispánico que les quedan lejos, porque están pegadas a Soria y a Castilla La Mancha.
Antes del discurso del “patriarcado”, los asesinatos eran asesinatos, los asesinos asesinos, los violadores violadores. Los que lapidaban mujeres e miles de kilómetros de aquí eran vistos con espanto y con el lógico desprecio del que reconoce al enemigo real y no lo quiere en el mismo mundo en el que viven sus hijos. A ese sentimiento, ahora, se le llama “racismo”. Ahora, en lugar de hablar de los ovarios de Paula Sánchez, la segunda de la embajada en Afganistán que se negó a ser evacuada, y que nunca llevó velo, se hacen famosas ante la opinión pública las reporteras anti Trump de la CNN que se ponen el burka en menos de 24 horas desde la toma talibán para irse a hablar con los terroristas como si se fueran a entrevistar a una tarada del MeToo que vive en Park Avenue para presentarles en prime time como “aperturistas que parecen amigables”.
Antes del discurso del “patriarcado” se asesinaba, torturaba, y violaba a una mujer, o a una niña, o a varias, y la consternación social duraba un año. No había falacias, ni ruido morado, ni puntos violeta, ni estúpidas persiguiendo gamusinos “machistas”. La sociedad estaba alerta y preparada para reconocer los peligros y protegerse. Todo se trataba con ciencias policiales. El talibán, como el asesino occidental, recibía toda la crudeza del escarnio y el odio social. Ahora son víctimas de las estructuras patriarcales, de la injusticia social, y de los valores occidentales.
Incluso los opinadores mediáticos más beligerantes contra la imposición islámica, acojonados por ser tildados de “racistas”, y vigilados por el “Gobierno más feminista de la historia” y su Fiscalía sudan en los programas para marcar la línea entre “un islam moderado y otro radical” aunque saben que, como dice Phil A. Mellows, es el mismo. Las únicas posibilidades que existen son un Islam todavía encerrado entre los muros de contención occidentales y otro que no. El Islam compensado y apaciguado por la demografía y otro que no.
Las feministas están derribando esos muros. Los líderes islamistas, talibanes o no, y sus adeptos, se han constituido en federaciones de Comunidades Islámicas para blanquearse, erigirse como referencia moral, e incluso denunciar en los tribunales a cualquier individuo, organización, o partido político dispuesto a combatir la imposición de sus postulados. El feminismo, y las paletas geográficas de First Dates, son su Taqiyya. Su coartada.
Las parlamentarias conversas españoles de ERC, o de Podemos, el proselitismo islamista perpetrado desde el PSOE y sus filiales. Las feministas de la izquierda que han hecho campaña en aquellos lugares concebidos para arrasar con los derechos humanos de las mujeres. Entre otras, la diputada de ERC 279, Sans Guerra, definida a sí misma como “feminista convencida en la lucha contra el machismo”, que acudió a la mezquita de Valls el 10 de febrero de 2021 para pedir el voto islamista y ganar las elecciones autonómicas catalanas del 14 de febrero. La feminista legislativa e institucional de izquierdas. Millonarias que han llegado a engordar su cuenta bancaria a costa de afirmar que la mujer occidental vive acosada por el hombre mientras, en sus redes sociales esconde que va a hacer campaña al templo de salafistas regido por la fetua, o el decreto islámico
Gracias a ellas, la sociedad está borracha. Nadie se acuerda de Leonie Eltern, la niña de 13 años asesinada en Austria a manos de cuatro afganos que habían solicitado el estatus de “refugiado”, y hace un jodido mes. Austria es otro planeta para una feminista que no sebe dónde coño está Cuenca. Ahora, después de cinco semanas de aquello, y a tres manzanas del lugar en el que fue asesinada la pequeña austriaca, las pijas occidentales se dejan poner el hijab en una campaña callejera de Tik Tok por la “diversidad cultural”. A 685 kilómetros de Austria está Colonia, Alemania, donde en la Nochevieja del 2015 mil inmigrantes árabes se organizaron para agredir y violar a centenares de mujeres. Seis años después no existe o peor aún, los medios hegemónicos y el feminismo lo han convertido en una fake news. Seis años después esas pijas occidentales posan con hijab porque sus políticos y los medios las han convertido en carnaza.