Cuando dejas atrás los veintitantos también dejas atrás algunas costumbres lúdico-festivas propias de la edad. Cuando cumples los treinta y tantos o cuarenta, dejas atrás el argot etílico usado entre chanzas entre los colegas. Gracias a Dios, ya no vas “tajado”, ni eres una “esponja”, ni vas “mamado” como una almeja. No, a no ser que pertenezcas a alguna confraternidad terapéutica para escapar de la bebida. Y te crees que has sobrevivido a uno de los primeros factores que hacen que un porcentaje nada desdeñable de tu generación no llegue a viejo. Pero un día te levantas y el tío que escuchabas por las mañanas mientras te vestías para llevar al crío al colegio te ha convertido en un “bebelejías”, aunque jamás la hayas ingerido en casa o pedido en una tasca. Lejía es lo que debes de tomarte para pasar de marxista maoista a liberal y escritor de libros para combatir el comunismo.
Entre adjetivos como “mendrugos, mugre intelectual, delincuentes, payasos y asesinos”, el miércoles pasado, Federico Jiménez Losantos arremetía contra Abascal por escurrirse como un pargo cuando el primero le preguntó al de VOX si estaba vacunado, aunque muy ponderado, casi paternal, consciente de que un día no muy lejano repartirá desde el Gobierno la publicidad institucional para digitales y cadenas de radio.
En la misma mesa, Isabel San Sebastián aseguró que los que no defendemos la vacuna somos unos asesinos”, lo cual llegó a inspirar una pena sincera y jodida en todos los que la admiramos durante décadas por su implicación en la lucha contra el etarra. Todo el que no se vacune, ya sabe que, para doña Isabel, es como el pistolero batasuno que ha matado a padres, hijos, carteros, escoltas, y críos por la espalda. Ella, que siempre rechazó la estafa dialéctica para equiparar a víctimas con asesinos, la denominación de «conflicto» para referirse al terrorismo etarra que exterminaba por la calle, o en su garaje, al que llevaba un paraguas o un periódico como única arma, apuntándose al linchamiento y el acoso del divergente con la línea impuesta sobre el asunto de la vacuna.
El que no quiere vacunarse no es un antivacunas
Lo cierto es que todos ellos son muy conscientes de que el que no quiere vacunarse no es un antivacunas. Yo misma me pongo todas las necesarias y tomo la misma postura sanitaria sobre los familiares a mi cargo. Todos ellos saben que nadie bebe lejía para combatir el COVID. El término “bebelejías” está destinado a convertir al no inoculado en una especie de personaje de western clásico, junto con forajidos, ladrones de bancos, indios, tahúres...etc. La intención de Losantos fue, y es, convertirte en un timador sin escrúpulos que pregona desde tu carromato los milagros de sus pócimas y, convertir a aquel que esté de tu lado, en un discípulo virgen e imberbe que se traga tu verborrea visionaria, so pena de pasar como imbécil que se quedará tirado, o caerá muerto, cuando tú pongas pies en polvorosa dejando atrás a un sinfín de estafados.
No existe diferencia alguna entre los que se han forrado económicamente convirtiendo la preferencia sexual de cada uno en una trinchera de guerra, o han dividido España entre “franquistas” y “antifranquistas”, y los que, esta semana, han elegido usar los estudios de una casa con la que muchos hemos crecido y madurado para insultarnos. Algunos, hemos tenido incluso la suerte de sentarnos en Esradio muchas veces para defender la libertad educativa, para promocionar una manifestación contra el separatismo catalán en Valencia, o para promocionar uno de nuestros libros. Y por eso que nos llamen “asesinos” nos jode como si nos lo hubiera dicho alguien de la familia. Te duele, alucinar, y despotricas un rato, pero ocurre que, a partir de cierta edad, muchos estamos dispuestos a mandar a tomar por saco al hermano, tío, o al primo sectario que nos desprecia por ser quienes somos.
También dijo el “pequeño Mao de la Capea” que quien no estuviera de acuerdo con él podía largarse de Libertad Digital, como cuando Mariano Rajoy invitó a liberales y conservadores a irse a otro partido en 2008 en Elche. Catorce años más tarde Rajoy acabó bebiéndoselo todo en un bar, aunque no era lejía, gracias a Dios, mientras un imbécil con un puticlub gay familiar, y un doctorado falso le robaba la jefatura de Gobierno en el Congreso.
Dice Losantos que somos “asesinos” porque los que proponen beber lejía para acabar con el virus tampoco quieren vacunarse, lo cual sería tan lógico como decir que él es como los que le pegaron un tiro en la rodilla en aquel descampado de Esplugues de Llobregat en 1981, pues ERC que dicen que hay que vacunarse por el “bien común”. Es indudable que la diferencia es que aquellos eran terroristas hijos de puta y que Losantos es un periodista con derecho a manifestarse en libertad. E incluso a insultarnos, como el nuestro es el de no volver y no volver a sintonizar, aunque sólo sea para apoyar al Fray Josepho, un hombre real, campechano como los de Málaga, sarcástico y mordaz, tímido bajo la sotana y unas Rayban, despedido y cancelado por Federico por "bebelejías”. Yo antes le admiraba por escritor. Ahora mucho más por aguantar, porque lo cierto es que decir que uno no se ha vacunado es más peligroso que meterte en el Raval, o cruzar una manifestación de los CDR con una bandera de España. Fuego amigo, Fray Josepho ha caído como los nueve soldados británicos abatidos por el A-10 Wartong americano de la Guerra del Golfo de 1991.
El último en entrar en la movida ha sido Javier Somalo quien, ciscándose en los últimos 500 años de metodología científica, ha asegurado que “Una cosa es dudar, otra negar evidencias y otra convertirse en un peligro público”. La refutabilidad, es decir, que toda proposición científica tiene que ser susceptible de ser falsada o refutada, es uno de los dos pilares fundamentales del método científico que ha perdido de vista el señor Somalo que, en un ejercicio de estulticia sin igual, ha tildado de “peligrosos” a la British Medical Journal, el inmunologo Ryan Cole, el Doctor Robert Malone, la catedrática de Procesos Diagnósticos Clínicos, María José Martínez Albarracín, el premio nobel y codescubridor del virus del sida, Luc Montagnier, el primero en decir que el coronavirus nació en un laboratorio de Wuhan, o el patólogo Roger Hodkinson, bebelejías como ustedes, como el Fray, y como yo.