Creo que me invade ya la inevitable nostalgia de la madurita, porque hace mucho que estoy segura de que la década de los 80 fue la más hermosa de la historia. Y no sólo por las siestas con mi padre viendo Rio Bravo y el rock. Los gloriosos días de los Nikis, de Metallica, de los Guns N Roses y Depeche Mode. Los 80, en España, fueron tan acojonantes que Cupido paseaba en un Pegaso 5030 L de Sáiz-Tour lleno de mujeres invitadas con fines casaderos por los solteros oscenses sin que la izquierda mediática, ni un Ku Klux Femen de 525 kilazos al año convirtiera a los solitarios colonos en el caso “Arandina”.
Las míticas caravanas de mujeres, imbatible antídoto contra la “España vaciada” de los cosmopaletos, habrían motivado hoy una partida de 1000 millones de Europa para combatir los roles de género, y a los hombres participantes de aquello, menos al tío reasignado con perineo, le hubieran metido más años en el trullo que a El Prenda en el centro penitenciario de Daroca.
Todos en los pueblos ofrecían sus casas para alojar a las mujeres. Algunos locales se habilitaban como bares y comedores, se instalaban retretes públicos, se contrataban verbenas con futuros “triunfitos” y gigantescas carpas para las fiestas. Como el aguante de la última sala X sita en la calle Cuenca de Valencia ante el avance del moho tóxico feminista, esa selección de candidatas llenas de amor sincero, y de temor al rechazo que viajaban a las inhóspitas tierras pirenaicas de Huesca, encarnan hoy al periodista que incluye en su twitter o en su linkedin como si hubiera investigado el Watergate: “Empotrado/siguiendo al PSOE en el Congreso de los diputados”.
El premio llega cuando, al día siguiente, el periodista apto repite de 5 a 10 veces “según mis fuentes” en la tertulia para repetir el argumentario del jefe de prensa
El otro día estuve en el 40 Congreso del PSOE en Valencia, que vino a “unir familias” y a “coser heridas. Y, para protocolarizarlo, se trajo un montón de chinos, a alguna chavista culona con chaqueta de Victorio y Lucchino, y una caravana de decenas de periodistas con la motivación de una groupie en un concierto del Bon Jovi de los 80 que se ponía piercings en los pezones. Mi cámara, Adrián, y yo, nos pasamos la media hora de la cola agradeciendo las gafas de sol y la máscara, una mínima concesión de una bebelejías, porque nos daba el anonimato del salido del comic que va enfundado en un trench caqui británico. El de Antena 3 daba pequeños saltitos de emoción en demi plie porque había logrado abrirse paso a codazos para preguntarle a Susana Díaz si “había recobrado la emoción para el futuro”.
Una del digital 20 minutos con pinta de guitarrista folk, vino a preguntarme si había visto a Ábalos, que era el “político más honesto al que Sánchez había dejado ir”. “Sí a Portugal con la currupipi lusa”. Otro, liado con el que le llevaba la agenda a Lambán, “le hacía la entrevista y se abría”. Mientras tanto, nosotros les robamos a Zapatero para pedirle la nómina de visitador cocalero.
Salvo honrosas excepciones, es el promedio del periodista apto para los periódicos que quieran comprar su estabilidad hoy. Necesitan en la sala de prensa, o en un Congreso Federal, a un redactor que tome Finos en el reservado o en el tablao del Congreso de Valencia con los políticos. El periodista apto es ese a quien cogen el teléfono los candidatos. No a quien temen. El premio llega cuando, al día siguiente, el periodista apto repite de 5 a 10 veces “según mis fuentes” en la tertulia para repetir el argumentario del jefe de prensa del partido que, si es un tío competente, habrá sabido elegir al peón de la redacción, que comparta con él cualquiera de los 37 géneros sexuales del manual de la ONU que no sea el de preferir el entrecot o el nugget de pescado a secas. El periodista apto es el que repite muchas veces que “hay que ser neutral”, ordenado, nada díscolo, porque así Rufián, Echenique o Aizpurua le llaman por su nombre al adjudicarle el turno si el becario levanta el dedito. El periodista apto no se levanta y se larga si un delincuente de 100.000 al año amnistiado por el Gobierno, o un etarra que mea colonia, o una feminazi desfalcadora de la Junta de Andalucía, llaman fascista a Borja Jímenez, o a Vito Quiles, o a Negre. Un periodista apto, es el que te fotografía por “facha” en la puerta de la rueda de prensa de la encubridora de abusos sexuales a niñas de Valencia para señalarte como objetivo en Twitter cuando vas a hacer la pregunta por la que a él le quitarían la acreditación de prensa que a ti no quieren darte.
El puñetero periodista apto escribe textos revolucionarios sobre la discriminación femenina en las cúpulas profesionales dominadas por mujeres con pene, y sobre el derecho de los hombres a tener vagina en un país con 6 millones de parados, y escribe dando las gracias a Moncloa por aprobar una ley de protección animal que mete multas de 600.000 euros por “matar mosquitos de forma intencionada” desde el mismo ordenador usado para tapar la muerte de 180.000 personas.